Personas fáciles y difíciles 10 Jan. 2014
En esta sociedad común cada uno de nosotros, según sea su actitud, puede condicionar la vida de los demás. Siempre hay una ocasión en la que necesitamos la ayuda de un desconocido que nos pueda resolver un desagradable imprevisto. Cuando, por ejemplo, accedemos a un mostrador para ser atendidos por quien supuestamente ha de ayudarnos, nos enfrentamos a dos posibilidades: que aquella sea una persona fácil, entendiendo el adjetivo como alguien con la voluntad natural de solucionar el problema, o que sea una persona difícil, aquella que se transforma en un escollo para cualquier solución, empeorando aún más el asunto.
En estas festividades pasadas, en las que miles de personas han viajado -como ha sido mi caso-, es probable que bastantes se hayan encontrado con alguna eventualidad: un cambio de horario del vuelo, atascos que han dificultado la llegada para embarcar a tiempo, una pérdida de equipaje, cualquier cosa que, de no ser resuelta con celeridad y eficacia por quien puede hacerlo, puede convertir en un desastre nuestras vacaciones. Y es ahí, ante una situación inesperada, donde existe la diferencia entre encontrar a una persona colaboradora que quiera resolver la situación o a alguien cuya impenetrabilidad hace inútil cualquier súplica para que desencalle el contratiempo en el que estás. Las personas difíciles son las que acaban siendo el obstáculo para una probable solución; son seres que parecen disfrutar con su capacidad de negación. En cambio, se agradece encontrar a una persona fácil que te tranquiliza y gestiona el problema como si fuese suyo.
¿No les parece que suena muy distinto que te digan «lo siento, el vuelo está cerrado» a «el vuelo está cerrado, pero dense prisa, pasen ustedes, que aviso a ver si hay suerte y les pueden esperar»